Uno de los puntos en común entre los músicos y su público es la pasión por la música. Si no pasión, sí presencia abrumadora en nuestras vidas cotidianas. En esto del jazz, con tanto monstruo innovador y porque la historia se ha contado como si fuera una carrera de relevos en la que el testigo sería la "influencia", siempre ha interesado saber qué escuchan nuestros ídolos. Sabemos que Miles Davis escuchaba de todo, incluyendo mucho jazz —sus blindfold tests lo demuestran— o que Coleman Hawkins apenas ponía otra cosa que música clásica en casa.
Uno de esos monstruos que comentaba fue Cecil Taylor. Seguirá levantando pasiones encontradas, pero creo que estaremos todos de acuerdo en que era un pianista bestial con una integridad artística y personal inamovible.
Pues bien, en las redes me he encontrado con esta fotos, originales de Deborah Feingold:
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Taylor parece estar danzando —algo que también hacía en sus conciertos— en su "sala de música", en la que además del piano y una conga (bajo su brazo derecho), se ven un montón de elepés desperdigados, entre los que se distinguen tres portadas.