First of all, apologies for the unannounced raincheck, although you should be all enjoying the great outdoors and the jazz festivals anyway.
Jazz, and music in general, can elicit such powerful responses from anyone, regardless of their music education, that it's not unusual to have a, let's say, esoteric view of the people who play it, because of their ability to play an instrument or create something spontaneously out of nothing.
However, the more one knows about musicians, either through meeting them personally or reading about them, the stronger is the feeling that natural talent doesn't really exist, and it all comes down to the ability of recognising oneself's potential, and then work, work and work to realise it. This may sound prosaic, given the beauty and other deep feelings music can provoke at its best, but it has the ring of truth.
Not my idea, really. Jacques Brel says it here (in French with English subtitles, 0:54-1:30), while he destroys the impression I had of him being an artist. If he says so...
If I'm not mistaken, Brel came from a Flemish family and a catholic background, but his point of view and the importance he gives to work and personal effort sounds more protestant than catholic to me, and it immediately brings to mind the importance of individual practice, "woodshedding", in jazz.
I think it's been Wynton Marsalis who has made a point of presenting jazz as a democratic music, in an effort, I guess, to prove its American essence, something completely unnecessary for this non-American observer. I would argue that rather than a democracy, jazz is a meritocracy, where, in general, you're as good as your musical and professional merits (at least in principle, although something should be said about race and especially gender). I understand it may be difficult to separate democracy from meritocracy for an American, but there can be democracy with very little meritocracy.
If you want proof, ask any Spanish musicians trying the American adventure about the differences between Spain and the US. You'll probably be surprised.
Jazz, and music in general, can elicit such powerful responses from anyone, regardless of their music education, that it's not unusual to have a, let's say, esoteric view of the people who play it, because of their ability to play an instrument or create something spontaneously out of nothing.
However, the more one knows about musicians, either through meeting them personally or reading about them, the stronger is the feeling that natural talent doesn't really exist, and it all comes down to the ability of recognising oneself's potential, and then work, work and work to realise it. This may sound prosaic, given the beauty and other deep feelings music can provoke at its best, but it has the ring of truth.
Not my idea, really. Jacques Brel says it here (in French with English subtitles, 0:54-1:30), while he destroys the impression I had of him being an artist. If he says so...
Talent doesn't exist. Talent is to have the urge to do something... And I believe that having the urge to realize a dream, that's talent. All the rest is sweat, perspiration, discipline, I'm sure about that. Art, I don't know what it is. Artists, I don't know any. I believe there are people who work on something and who put a lot of energy in their work.
I think it's been Wynton Marsalis who has made a point of presenting jazz as a democratic music, in an effort, I guess, to prove its American essence, something completely unnecessary for this non-American observer. I would argue that rather than a democracy, jazz is a meritocracy, where, in general, you're as good as your musical and professional merits (at least in principle, although something should be said about race and especially gender). I understand it may be difficult to separate democracy from meritocracy for an American, but there can be democracy with very little meritocracy.
If you want proof, ask any Spanish musicians trying the American adventure about the differences between Spain and the US. You'll probably be surprised.
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En primer lugar, disculpas por el bajo ritmo de publicación, aunque quien lea estas líneas debería estar disfrutando la intemperie y la temporada de festivales.
El jazz y la música en general pueden causar reacciones tan profundas de cualquier oyente, independientemente de su educación musical, que no es infrecuente que se tenga una visión un poco esotérica o mística de los músicos, por su habilidad tocando un instrumento o, en el caso del jazz, por su capacidad de crear algo espontáneamente de la nada (en apariencia).
No obstante, cuanto más conoce uno a los músicos, bien por el contacto personal, bien leyendo sobre ellos, no resulta descabellada la idea de que el talento natural en realidad no existe, y que en realidad se trata de la capacidad de reconocer el propio potencial y dedicarse a trabajar, trabajar y trabajar para convertirlo en realidad. Dada la belleza y otros sentimientos realmente profundos que puede provocar la música en el mejor de los casos, esto puede sonar prosaico, pero no imposible.
En realidad no es idea mía. Jacques Brel lo dice aquí (en francés con subtítulos en inglés, 0:54-1:30), a la vez que se carga la impresión que yo tenía de él como artista. Pero si él dice que los artistas no existen...
El jazz y la música en general pueden causar reacciones tan profundas de cualquier oyente, independientemente de su educación musical, que no es infrecuente que se tenga una visión un poco esotérica o mística de los músicos, por su habilidad tocando un instrumento o, en el caso del jazz, por su capacidad de crear algo espontáneamente de la nada (en apariencia).
No obstante, cuanto más conoce uno a los músicos, bien por el contacto personal, bien leyendo sobre ellos, no resulta descabellada la idea de que el talento natural en realidad no existe, y que en realidad se trata de la capacidad de reconocer el propio potencial y dedicarse a trabajar, trabajar y trabajar para convertirlo en realidad. Dada la belleza y otros sentimientos realmente profundos que puede provocar la música en el mejor de los casos, esto puede sonar prosaico, pero no imposible.
En realidad no es idea mía. Jacques Brel lo dice aquí (en francés con subtítulos en inglés, 0:54-1:30), a la vez que se carga la impresión que yo tenía de él como artista. Pero si él dice que los artistas no existen...
El talento, eso no existe. El talento es tener la necesidad de hacer algo... Y creo que tener la necesidad de llevar a cabo un sueño es el talento. Todo lo demás es sudor, transpiración, disciplina... estoy convencido de ello. El arte, yo no sé lo que es. Los artistas, no conozco a ninguno. Creo que hay gente que trabaja en algo y que desarrolla su labor con gran energía.
Si no me equivoco, Brel procedía de una familia católica de Flandes, pero esta reflexión y lo que conlleva de la importancia del trabajo y del esfuerzo personal tiene un aire más bien protestante, y tiene mucho que ver con el jazz, por aquello del "woodshedding" (o práctica y estudio individual), y sobre todo por la relación más o menos directa que establece entre el mérito personal y los logros que uno obtenga.
Aunque hay quien se ha empeñado en decir que el jazz es una democracia, personalmente creo que es más una meritocracia, un sistema en el que quien vale llega lejos, y quien no, no (la idea del cuttin' contest, aunque no hay que desestimar las cuestiones de raza y, sobre todo, género). Si no recuerdo mal, Wynton Marsalis es uno de los que presenta el jazz como una música democrática, en su afán, por lo demás superfluo, de vincular el jazz con su país de origen. Quizás sea esta una de esas cuestiones en las que vale más el punto de vista de un observador externo.
Los españoles que hayan vivido en países de tradición protestante o anglosajona, sabrán hasta qué punto el éxito profesional en cualquier ámbito depende más de la valía de uno que de otras consideraciones menos relevantes y más propias de nuestro país como a quién conozca uno o las zancadillas que a uno le hagan.
Volviendo al jazz y la aportación del observador externo, en cuanto uno conoce un poco la historia de Estados Unidos y la cultura anglosajona y la tradición protestante, ideas como el fair play, la capacidad de reconocer que otro vale más que uno, la importancia soberana del esfuerzo personal como principal medio para lograr unos objetivos, es evidente que el jazz es una música estadounidense. En cuanto al dilema democracia versus meritocracia, quizás la cuestión sea que no son términos mutuamente excluyentes, y que por su procedencia Marsalis no concibe la democracia no meritocrática.
Más fácil aun: pregunte a cualquier músico español de jazz que haya probado la aventura americana.
La cuestión de si el jazz puede florecer sin meritocracia la dejamos para otro día.
Aunque hay quien se ha empeñado en decir que el jazz es una democracia, personalmente creo que es más una meritocracia, un sistema en el que quien vale llega lejos, y quien no, no (la idea del cuttin' contest, aunque no hay que desestimar las cuestiones de raza y, sobre todo, género). Si no recuerdo mal, Wynton Marsalis es uno de los que presenta el jazz como una música democrática, en su afán, por lo demás superfluo, de vincular el jazz con su país de origen. Quizás sea esta una de esas cuestiones en las que vale más el punto de vista de un observador externo.
Los españoles que hayan vivido en países de tradición protestante o anglosajona, sabrán hasta qué punto el éxito profesional en cualquier ámbito depende más de la valía de uno que de otras consideraciones menos relevantes y más propias de nuestro país como a quién conozca uno o las zancadillas que a uno le hagan.
Volviendo al jazz y la aportación del observador externo, en cuanto uno conoce un poco la historia de Estados Unidos y la cultura anglosajona y la tradición protestante, ideas como el fair play, la capacidad de reconocer que otro vale más que uno, la importancia soberana del esfuerzo personal como principal medio para lograr unos objetivos, es evidente que el jazz es una música estadounidense. En cuanto al dilema democracia versus meritocracia, quizás la cuestión sea que no son términos mutuamente excluyentes, y que por su procedencia Marsalis no concibe la democracia no meritocrática.
Más fácil aun: pregunte a cualquier músico español de jazz que haya probado la aventura americana.
La cuestión de si el jazz puede florecer sin meritocracia la dejamos para otro día.
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