Herman Leonard in January 2008 (photo by Philip DeFalco)
Jazz is a true 20th century phenomenon. Although it is music, it has an extremely powerful visual component. It might even be argued that for many jazz is easier to identify with certain images than with sounds.
The image most commonly associated to jazz is that of a smoky club where very cool musicians play very cool music, all in very cool black and white. In other words, a picture taken by Herman Leonard.
Leonard died on Saturday, aged 87. I don't know any details about his health, but he seems to have been alert to the end. He has a beaming smile in most pictures and, according to his friends, he was just a great guy. The documentary about the disaster caused by hurricane Katrina to his archives showed him taking it on the chin and showing the kind of spirit that makes extraordinary people extraordinary.
But what set Leonard apart from his colleagues? According to fellow photographer Sergio Cabanillas, Leonard turned what had been a journalist's job into an art: he prepared his shots thoroughly, brought his own lights to the clubs, he did his own set-ups, often shooting during rehearsals instead of the actual gigs to work more freely, he did his printing himself (for which he was a renowned craftsman)... all of which shows in his prints, with their perfect, yet dynamic end results. On a more personal note, Sergio tells me that a few years ago he sent a book with his own pictures to Leonard - not expecting anything in return - and how he got a handwritten note from the master praising his work and encouraging him to "... above all, enjoy the music... and don't stop shooting!"
A photographer's legacy is preserved ultimately in their films. If they got some kind of recognition, their prints will be probably visible in galleries, museums or libraries, in books, in public or private collections (or as a first in the internet era, in Flickr, as in Bill Gottlieb's case, now that they're in the public domain.)
The image most commonly associated to jazz is that of a smoky club where very cool musicians play very cool music, all in very cool black and white. In other words, a picture taken by Herman Leonard.
Leonard died on Saturday, aged 87. I don't know any details about his health, but he seems to have been alert to the end. He has a beaming smile in most pictures and, according to his friends, he was just a great guy. The documentary about the disaster caused by hurricane Katrina to his archives showed him taking it on the chin and showing the kind of spirit that makes extraordinary people extraordinary.
But what set Leonard apart from his colleagues? According to fellow photographer Sergio Cabanillas, Leonard turned what had been a journalist's job into an art: he prepared his shots thoroughly, brought his own lights to the clubs, he did his own set-ups, often shooting during rehearsals instead of the actual gigs to work more freely, he did his printing himself (for which he was a renowned craftsman)... all of which shows in his prints, with their perfect, yet dynamic end results. On a more personal note, Sergio tells me that a few years ago he sent a book with his own pictures to Leonard - not expecting anything in return - and how he got a handwritten note from the master praising his work and encouraging him to "... above all, enjoy the music... and don't stop shooting!"
A photographer's legacy is preserved ultimately in their films. If they got some kind of recognition, their prints will be probably visible in galleries, museums or libraries, in books, in public or private collections (or as a first in the internet era, in Flickr, as in Bill Gottlieb's case, now that they're in the public domain.)
Leonard's legacy lives beyond his frames and prints, beyond his books and the exhibitions that, hopefully, we'll keep enjoying around the world. His works are part of 20th century culture, of American cool. His portraits of the great artists we love help their own legacies to live on. His dark and smokey images of jazz clubs are, like the music itself, the sublimation of a reality that was stinky, and, all too often, tragic.
From 1948 till last Saturday, Herman Leonard brought even more beauty to jazz. Rest in peace.
From 1948 till last Saturday, Herman Leonard brought even more beauty to jazz. Rest in peace.
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El jazz es un fenómeno genuino del siglo XX. Aunque es música, posee una componente visual muy poderosa. Cabría decir, incluso, que la mayoría de la gente identificaría antes el jazz por sus imágenes que por sus sonidos.
La imagen que más comúnmente asociamos al jazz es la de un club lleno de humo en la que músicos con mucha clase pero relajados tocan jazz, todo ello en blanco y negro. En otras palabras, una fotografía tomada por Herman Leonard.
Leonard falleció el pasado sábado, a los 87 años de edad. No tengo detalles sobre su estado de salud en sus últimos días, pero parece haber estado alerta hasta el final. En la mayoría de las fotografías en las que aparece, muestra una sonrisa radiante y según sus amigos, era simplemente un tipo genial. En el documental que se rodó sobre el devastador efecto del huracán Katrina sobre sus archivos le mostraba tomándoselo todo con resignación y buen humor, desplegando la presencia de ánimo que hace extraordinaria a la gente extraordinaria.
Como uno no es, ni de lejos, un experto en fotografía, le he preguntado a Sergio Cabanillas qué es lo que hace especial a Leonard. Según Sergio, en resumen Leonard transformó lo que era una labor periodística, de documentación, en un arte: se preparaba las sesiones al detalle, llevaba sus propias luces a los clubes, lo montaba todo él mismo, a menudo hacía las sesiones durante los ensayos de los músicos y no en las propias actuaciones, para trabajar con más libertad, se encargaba personalmente del revelado (actividad en la que su técnica era superlativa)... todo lo cual queda plasmado en sus fotos, con esos resultados tan perfectos y a la vez dinámicos. A un nivel más personal, Sergio me cuenta que hace unos años le mandó un libro suyo a Leonard, sin esperar nada cambio en realidad, y cómo se encontró un día con un sobre franqueado en California y una nota manuscrita del propio maestro en la que elogiaba su trabajo y le animaba a seguir "retratando a los jóvenes músicos que mantienen la tradición del jazz y, sobre todo, a disfrutar la música y ¡no dejar de disparar!".
El legado de un fotógrafo queda preservado, en última instancia, en sus carretes. Si ha logrado algún tipo de reconocimiento, sus fotografías probablemente se puedan ver en galerías, museos o bibliotecas, en libros, en colecciones públicas o privadas (o, como precedente en la era de internet, en Flickr, como en el caso de Bill Gottlieb, ahora que su obra es de dominio público).
En el caso de Leonard, su legado pervive más allá de sus negativos y sus fotos, de sus libros y de las exposiciones que, esperemos, seguiremos disfrutando en todo el mundo. Su obra son parte de la cultura del siglo XX, del American cool. Sus retratos de los grandes artistas que nos enamoran contribuyen a que sus propios legados perduren. Sus oscuras y humeantes imágenes de los clubes de jazz son, como la propia música, la sublimación de una realidad maloliente y, con demasiada frecuencia, trágica.
Desde 1948 hasta el pasado sábado, Herman Leonard aportó aún más belleza al jazz. Descanse en paz.
La imagen que más comúnmente asociamos al jazz es la de un club lleno de humo en la que músicos con mucha clase pero relajados tocan jazz, todo ello en blanco y negro. En otras palabras, una fotografía tomada por Herman Leonard.
Leonard falleció el pasado sábado, a los 87 años de edad. No tengo detalles sobre su estado de salud en sus últimos días, pero parece haber estado alerta hasta el final. En la mayoría de las fotografías en las que aparece, muestra una sonrisa radiante y según sus amigos, era simplemente un tipo genial. En el documental que se rodó sobre el devastador efecto del huracán Katrina sobre sus archivos le mostraba tomándoselo todo con resignación y buen humor, desplegando la presencia de ánimo que hace extraordinaria a la gente extraordinaria.
Como uno no es, ni de lejos, un experto en fotografía, le he preguntado a Sergio Cabanillas qué es lo que hace especial a Leonard. Según Sergio, en resumen Leonard transformó lo que era una labor periodística, de documentación, en un arte: se preparaba las sesiones al detalle, llevaba sus propias luces a los clubes, lo montaba todo él mismo, a menudo hacía las sesiones durante los ensayos de los músicos y no en las propias actuaciones, para trabajar con más libertad, se encargaba personalmente del revelado (actividad en la que su técnica era superlativa)... todo lo cual queda plasmado en sus fotos, con esos resultados tan perfectos y a la vez dinámicos. A un nivel más personal, Sergio me cuenta que hace unos años le mandó un libro suyo a Leonard, sin esperar nada cambio en realidad, y cómo se encontró un día con un sobre franqueado en California y una nota manuscrita del propio maestro en la que elogiaba su trabajo y le animaba a seguir "retratando a los jóvenes músicos que mantienen la tradición del jazz y, sobre todo, a disfrutar la música y ¡no dejar de disparar!".
El legado de un fotógrafo queda preservado, en última instancia, en sus carretes. Si ha logrado algún tipo de reconocimiento, sus fotografías probablemente se puedan ver en galerías, museos o bibliotecas, en libros, en colecciones públicas o privadas (o, como precedente en la era de internet, en Flickr, como en el caso de Bill Gottlieb, ahora que su obra es de dominio público).
En el caso de Leonard, su legado pervive más allá de sus negativos y sus fotos, de sus libros y de las exposiciones que, esperemos, seguiremos disfrutando en todo el mundo. Su obra son parte de la cultura del siglo XX, del American cool. Sus retratos de los grandes artistas que nos enamoran contribuyen a que sus propios legados perduren. Sus oscuras y humeantes imágenes de los clubes de jazz son, como la propia música, la sublimación de una realidad maloliente y, con demasiada frecuencia, trágica.
Desde 1948 hasta el pasado sábado, Herman Leonard aportó aún más belleza al jazz. Descanse en paz.
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