Que les aproveche.
Dizzy Gillespie – Charlie Parker:
TOWN HALL, NEW YORK CITY, JUNE 22, 1945
Dizzy Gillespie (tp), Charlie Parker (sa), Al Haig (p), Curley Russell (b), Max Roach (bat), más Big Sid Catlett (bat) y Don Byas (st).
Nueva York, 22 de junio de 1945.
Uptown UPCD 27.51
Calificación: 5/5
Bebop, año 1
Junio del 45: Dizzy Gillespie lidera un quinteto, en el que toca Charlie Parker, que está a punto de cambiar el rumbo del jazz. Esta fase embrionaria y explosiva del bebop (Bird tiene 24 años, Dizzy 27) quedó para siempre capturada en unos acetatos recién descubiertos, hasta hoy objeto de rumores que han resultado justificados: se trata de un concierto completo, presentaciones incluidas, que de sonido supera a registros legendarios como los del Carnegie Hall del 47 y 49. Todo ello es bienvenido pero secundario, porque la maravilla aquí es la música: Diz y Bird exhiben una fiereza inaudita pero propia de dos veinteañeros con mucho por demostrar, lo que sin embargo no impide una ejecución limpísima hasta en los tempos más rápidos, como la de Bird en su “break” de “Night in Tunisia”. En “Salt Peanuts” —¿la versión más salvaje jamás grabada?— los compases de dúo (de duelo, más bien) entre Diz y Bird que siguen al solo de Al Haig son pura pasión, que contrasta con el virtuosismo controlado y vertiginoso del trompetista. Por otra parte, Haig y Max Roach —presentado como promesa de la batería— están excelentes a pesar de su bisoñez con una música tan exigente. Como guinda, la anécdota: Symphony Sid presenta el concierto nervioso —Bird está en paradero desconocido y le cubre Don Byas— con las consiguientes protestas del respetable. El súbito aplauso en pleno solo de Dizzy sobre el tema “Bebop” anuncia la llegada de Parker, que empieza su solo sobre la marcha, sin calentar, según va terminando Dizzy su intervención. Finalmente, pero no por ello menos importante, Uptown Records ha vuelto a hacer gala de un exquisito cuidado en la producción, con completísimas anotaciones de Ira Gitler y un sonido prodigioso a cargo de Ted Kendall. Es difícil imaginar un retrato más fiel de la música y los músicos, de la química entre Diz y Bird, del nacimiento del bop en toda su efervescencia. Y además es una delicia para los oídos. Tras esta edición, grabaciones como la del concierto de Massey Hall son menos legendarias. Huele a disco del año.
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Chuck Haddix: Bird – The Life and Music of Charlie Parker
University of Illinois Press, Chicago, EE UU, 2013
224 páginas
ISBN: 978-0-252-03791-7
Stanley Crouch: Kansas City Lightning - The Rise and Times of Charlie Parker
Harper Collins, Nueva York, EE UU, 2013
384 páginas
ISBN: 978-0-062-00559-5
En una entrevista de 1986, Wynton Marsalis comentaba de pasada que Stanley Crouch llevaba cinco años trabajando en una biografía de Charlie Parker. Desde entonces se ha reeditado la de Ross Russell y han aparecido la de Gary Giddins (esas dos se han traducido también al español, al igual que Nostalgia de Charlie Parker de Rob Reisner), las de Carl Woideck y Brian Priestley (ésta reseñada en CdJ, nº 94), así como el compendio de Larry Koch y las memorias de Chan Richardson. Después de un gatillazo en 2006, nos llega por fin el primer volumen, de dos previstos, de la obra de Crouch, justo cuando aparecen, inesperada y simultáneamente un nuevo tratado sobre el saxofonista firmado por Chuck Haddix y una revisión del tomo de Giddins, que por leve no tratamos aquí.
Cualquier biografía de Parker ha de enfrentarse con su condición de arquetipo: junto con Billie Holiday representa al jazzista maldito, drogodependiente, de vida desordenada, fallecido demasiado joven, cuyo arte trasciende la vida que le tocó vivir. Por ello, y acaso por la disponibilidad de sus grabaciones, a veces parece que el aspecto central de toda esta historia, la música, se pierde en los remolinos de historias, rumores y disquisiciones. Ese es un aspecto común a Haddix y Crouch, ninguno de los dos se detiene en los aspectos estrictamente musicales —aunque Haddix sí comenta algo— de Parker y sus contemporáneos.
Haddix les sonará a algunos por ser el coautor de la historia del jazz en Kansas City de Frank Driggs, un libro de gestación aun más larga que el de Crouch. Haddix es, ante todo, director del archivo sonoro de las bibliotecas de la universidad de Kansas City (Missouri). Este bagaje y el conocimiento del escenario de la mayor parte de la vida del biografiado son los pilares de su libro.
El valor del tomo de Haddix es que está escrito desde Kansas City, y el nivel de detalle que aporta sobre los periodos del saxofonista en esa ciudad era inédito hasta ahora. Uniendo sobre todo información de censos, registros escolares, archivos de la prensa local y algunos testimonios directos, Haddix afina enormemente la cronología de la vida temprana de Bird, y sus pasos posteriores por la ciudad. Su principal logro, al dar nombres, lugares y fechas a los primeros pasos musicales del saxofonista, es haber ilustrado como nunca hasta ahora el nido musical que fue Kansas City, el hecho de que Parker no salió de la nada. En cuanto al resto de la biografía, la más importante desde el punto de vista artístico, Haddix se apoya en el trabajo documental de otros para hacer un relato pulcro y conciso (su descripción de los problemas de salud de Parker en París es ejemplar), sin divagaciones y sistemáticamente referenciado. Si en algo cojea es, por un lado en algún gazapo al abordar aspectos adyacentes de esta historia —presentar a Tristano como iniciador de la Third Stream o a Don Byas como músico “tradicional” es más propio de la prensa generalista que de la literatura especializada—, y por otro al aceptar sin duda aparente historias como el encuentro del saxofonista con Albert Einstein.
Al contrario que Haddix, Crouch no es una rata de biblioteca ni un investigador sistemático, aunque eso es lo de menos. El problema con este autor es que hay que afrontar cualquiera de sus escritos cedazo en mano para separar el grano de la paja, como prueban la megalomanía de sus textos para Wynton, su integrismo musical y, especialmente, su visión de parte de la música afroamericana como una sublimación o incluso una metáfora, utópica y moralmente superior, de “lo negro”. Cada uno es libre de pensar lo que quiera y elaborar al respecto, pero personalmente creo que toda esa ideología —heredada de Albert Murray— es muy discutible, por vaga y arbitraria, y aporta muy poco al disfrute y comprensión de la música. Llama atención cómo Crouch extiende este planteamiento a los inmigrantes italianos, a los que describe como gentes de “arias [de ópera] y trabajo honrado”, en una idealización de lo extranjero que es, desde un punto de vista ajeno, muy anglosajona.
Treinta y dos años ha sido el tiempo de gestación de lo que serán dos tomos sobre Charlie Parker. Crouch se hizo notar a finales de los ochenta son su feroz —y justa— crítica al Bird de Clint Eastwood. En el mundillo la incógnita antes de la publicación de este primer tomo del “auge y vida” ornitológicos era qué proporción del texto de Crouch iba a estar dedicada a una investigación propia excelente según quienes habían leído algún adelanto, y cuánto papel iban a ocupar las proclamas crouchistas. Sin llegar a estorbar del todo, éstas se hacen notar, especialmente en un par de capítulos centrales. Hay unos cuantos desvíos argumentales poco explicables (sobre el boxeo o El nacimiento de una nación de DW Griffith), así como referencias más o menos veladas a sus teorías sobre la población afroamericana de Estados Unidos.
Por ejemplo, Crouch se empeña en definir un continuo negro (Joe Louis, Jack Johnson, Duke Ellington), y del jazz (desde King Oliver a Bird, pasando por Louis Armstrong). El primero, al tratarse de figuras afroamericanas prominentes, tendría cierto sentido. El segundo hace aguas: ¿se consideraba en aquel tiempo el jazz como un continuo desde Buddy Bolden hasta Coleman Hawkins y, sobre todo, distinto de otros géneros populares? En ese sentido, Crouch se empantana al diferenciar jazzmen y bluesmen, llamando “intelectuales” a los primeros, y describiendo a Buster Smith como “bluesman”. ¿Está diciendo que Smith, reconocido por su formación teórica y técnica musical, no era un intelectual? A este respecto, las pocas veces que habla de música —un aspecto que debería ser central en esta historia— suena inseguro, sin llegar a casar, por ejemplo, la influencia sobre Parker de Chu Berry y Lester Young, dos saxofonistas muy diferentes. Tampoco sale muy airoso de sus malabarismos culturales: su uso de “disorder at your border”, “dust his broom”, o “farther down the road” en el texto pueden parecer guiños simpáticos al conocedor de la música negra, pero en los años de los que habla ninguna de esas frases se habían convertido aún en hitos culturales. A esto se añade que si cuando divaga Crouch ya es de por sí difuso, el exceso de adjetivos en su prosa vacía de significado y ritmo algunos pasajes. Es una lástima que insista en predicar su evangelio, porque hay momentos en los que la pluma del autor funciona muy bien, como en la primera salida de Bird hacia Nueva York, vía Chicago, en la que consigue ponerse en el lugar del protagonista de forma directa y creíble.
Así pues, el libro de Crouch es una mezcla de bloques sólidos de historia unidos por la argamasa de sus comentarios y divagaciones. Por suerte el autor pasa a segundo plano con frecuencia y los bloques sólidos, los testimonios directos, abundan y son sensacionales: los entrevistados le dan a esta historia todo el sabor y el color que Crouch no acierta a insuflar por sí mismo. Por una parte, sus amplias entrevistas personales con la madre, Addie, y la primera esposa de Parker, Rebecca (su principal descubrimiento, cedido gentilmente en su día a Giddins para su Celebrating Bird), con Jay McShann y otros músicos de Kansas City, y la publicación de partes hasta hoy desconocidas de la primera salida del saxofonista a Chicago y Nueva York —como su prueba truncada con Duke Ellington— entre las que destaca el amplio testimonio, también de primera mano, del guitarrista Biddy Fleet, asistente indispensable de Bird en la ampliación de su conocimiento armónico. A este respecto y apoyándose en Fleet, Crouch, con buen criterio, considera “improbable” la historia de la epifanía de Parker mientras lavaba platos escuchando a Art Tatum. En el aspecto estrictamente histórico Crouch no desmerece y, por ejemplo, resuelve el misterio del “Christopher” que se acepta como parte del nombre de Parker aunque nunca lo fuera.
Lo que reconfortará a quienes conozcan las lagunas en las biografías sobre Bird, es que, en lo estrictamente histórico, estos dos libros son profusos en detalles y coinciden casi plenamente, como en el caso de las fechas de su primer viaje fuera de Kansas City, nunca bien definidas hasta ahora, que son prácticamente idénticas (Haddix tiende a ser más preciso). Entre las escasas diferencias notables se encuentran la cuestión de las drogas y el primer divorcio de Parker, en las que Haddix se adhiere al consenso general, mientras que Crouch se aparta de éste, señalando la morfina (no la heroína) como sustancia iniciática, y que Parker pidió a Rebecca que le dejase libre antes de marcharse a Nueva York la primera vez, no la segunda. Son pequeños detalles que, no obstante, Crouch expone con amplitud y apoyándose en testimonios directos. Otra diferencia, por motivos menos claros, es que Crouch estira notablemente el primer viaje de Bird a Chicago colándose en un tren, mientras que Haddix lo resuelve de un tirón.
Con respecto a las fuentes, Crouch, por su talante, es menos diligente y ortodoxo que Haddix: su relato es rico en testigos, pero no tan trabajado en la parte de archivo. De hecho, llama la atención su bibliografía, en la que se echan en falta el Goin’ to Kansas City, colección de testimonios directos recopilados por Nathan Pearson, o la historia de los Blue Devils de Douglas Henry Daniels, a pesar de la prominencia de esta banda en el relato, mientras que sí se apoya en la historia del jazz en Kansas City y el Sudoeste de un personaje polémico como Ross Russell.
En resumen, con sus defectos, ambos libros constituyen una mejora real y sustanciosa en el conocimiento de la vida de Charlie Parker. Haddix es ortodoxo y quizás algo escueto, mientras que a Crouch se le va la mano con el contexto, por abundante y por subjetivo. Sin ser en ningún caso definitivos —de Crouch nos falta la segunda parte—, sí que lo son con respecto a la vida de Bird antes de que pusiera patas arriba la música del siglo XX. En ese sentido, estamos de enhorabuena.
(Cuadernos de Jazz, web, noviembre de 2013)
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Aparte de estas dos reseñas, en la edición en papel de Cuadernos publiqué los siguientes artículos (de los cuales el primero está necesitado de una buena revisión).
- "Now’s the Time. Génesis de un tiempo",
Cuadernos de Jazz, nº 87 (Mar-Abr 2005), p. 14-17 - "Testimonios. En recuerdo de Bird" (con George Avakian, Billy Bauer, Ozzie Cadena, Jimmy Heath, Ira Gitler, André Hodeir, Bill Crow, Hal McKusick y Nat Hentoff)
Cuadernos de Jazz, nº 87 (Mar-Abr 2005), p. 22-29 - "Brian Priestley atrapa al pájaro" (reseña de Chasin' the Bird),
Cuadernos de Jazz, nº 94 (May-Jun 2006), p. 16-17
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