Cosas que uno se encuentra |
La mente humana es así: el quinto día del Jazzaldia, antes de que haya terminado, uno pide íntimamente que llegue el final cuanto antes; en cuanto se extingue la última nota y se ha recuperado el aliento, se echa en falta. En todo caso, uno no es un Leónidas y no llegó a dos actuaciones que prometían mucho: el espléndido dúo de Barry Guy con Maya Homburger el sábado por la noche —tras el Maratón Masada— en el incomparable marco de San Telmo con el fresco de Sert a sus espaldas, y la actuación de Diana Krall en el Kursaal. Según fuentes solventes, a la Krall no se la vio en su mejor momento al piano, y el que tiró del carro musical del concierto fue —sorpresa, sorpresa— el invitado Marc Ribot.
Por una cuestión de conveniencia de horarios —o de prioridades, no nos engañemos— sí nos dio tiempo a pasar por la feria del disco del Hotel de Londres. Tras el consiguiente intercambio de euros por algo de rock, blues acústico, blues eléctrico, country antiguo, gospel clásico, un par de cosas de Martial Solal y la rareza que ven más arriba, dimos buena cuenta de la oferta gastronómica de San Sebastián, en la Parte Vieja y en Gros.
Patatas bravas del Café San Telmo (junto al Museo) Chuletón del Bar Néstor (C/Pescadería) G&T de la Gintonería (Gros) (© Fernando Ortiz de Urbina) |
Ya en la Plaza de la Trinidad, donde la lluvia siguió amagando, nos topamos con el grupo de la cantante surcoreana YOUN SUN NAH y el guitarrista noruego Ulf Wakenius. El repertorio, coronado por el clásico country "Ghost Riders in the Sky" del bis, procedió principalmente de su último disco, tercero con Wakenius, Lento (ACT). De trabajos anteriores sonó el "Jockey Full of Bourbon" de Tom Waits.
Nah es una cantante asiática pasada por el tamiz europeo —Francia, principalmente— con una tesitura amplísima. Sus grabaciones tienden a lo contemplativo y lo sutil, por lo que quizás la Trini no fue el escenario ideal. Lejos de arredrarse, la cantante desplegó toda su munición, incluida su increíble tesitura. Con un repertorio sin mayores pretensiones, llamaron la atención los cuidados arreglos y el contraste con algunas improvisaciones. Aunque el público se volviera loco cuando Wakenius usó una botella de plástico para percutir la guitarra, ese no fue el momento más valioso de su pase.
Nah es una cantante asiática pasada por el tamiz europeo —Francia, principalmente— con una tesitura amplísima. Sus grabaciones tienden a lo contemplativo y lo sutil, por lo que quizás la Trini no fue el escenario ideal. Lejos de arredrarse, la cantante desplegó toda su munición, incluida su increíble tesitura. Con un repertorio sin mayores pretensiones, llamaron la atención los cuidados arreglos y el contraste con algunas improvisaciones. Aunque el público se volviera loco cuando Wakenius usó una botella de plástico para percutir la guitarra, ese no fue el momento más valioso de su pase.
Youn Sun Nah Quartet con Ulf Wakenius a la guitarra (© Fernando Ortiz de Urbina) |
El hecho de que se pueda dedicar una noche de festival a dos mujeres del Este asiático resulta intrínsecamente positivo. Si Nah es una virtuosa de la voz, lo de la pianista japonesa HIROMI, a sus 34 años, es aterrador. Su dominio del teclado es absoluto. Mi amigo N., también pianista, me apuntaba que la postura es la que enseñan en la formación clásica, sin la variedad de posiciones típica de los pianistas de jazz, sobre todo cuando atacan con más fuerza el teclado. Su toque, en todo caso, es inmaculado y exacto a cualquier velocidad.
Hiromi (© Lolo Vasco/Heineken Jazzaldia) |
Hiromi no es la primera música que se encuentra con el enorme problema del exceso de habilidad técnica. Ser un gran mecanógrafo no lo convierte a uno en gran escritor, y con tantas herramientas a su alcance, queda claro que aquí el medio es más brillante que el mensaje. Hiromi toca muchísimo piano, con entusiasmo y ganas, y compone sus propias piezas, pero, por ejemplo, descuida la faceta armónica de su instrumento, la amplísima paleta de colores que ha servido tan bien a instrumentistas tan distintos como Monk, Bill Evans o Cecil Taylor.
En todo caso, tampoco es la primera música que basa su oferta en el espectáculo y la pirotecnia, y lo cierto es que a pocos de sus antecesores les ha ido mal.
***
Hasta aquí es lo que ha dado el 48º Heineken Jazzaldia para un servidor, que no es ni la mitad de lo que ofrecía el programa del festival. A pesar de los detractores de estos eventos, que en realidad claman por una escena musical que dure todo el año, lo de pasarse unos días de verano en la costa dedicando las tardes a escuchar buena música sigue siendo un buen plan. Que la música sea buena es, por lo menos, muy probable y con los tiempos que corren quizás haya que conformarse con que sea distinta al ruido de fondo cotidiano.
Encuentros fortuitos: John Zorn y Lee Konitz (© Fernando Ortiz de Urbina) |
Aparte, para los que vamos acumulando temporadas en estas lides, también está la oportunidad de reencontrarse con un montón de gente a la vez, desde músicos hasta periodistas, fotógrafos, miembros de la organización y aficionados incondicionales que son parte inevitable del paisaje.
De esta edición del Jazzaldia poco hay que reprochar. Musicalmente, este cronista no está de acuerdo con el entusiasmo por algunos conciertos, pero también es cierto que la simpatía de los intérpretes y el fervor del público no son baremos que me sirvan de mucho. El concierto del trío Aurora de Agustí Fernández, Barry Guy y Ramón López en San Telmo puede haber sido el más completo de los presenciados, por unos niveles de ternura en música que pueden llegar a doler. El Maratón Masada fue un espectáculo en todos los sentidos, aunque quizás demasiado denso. En lo festivo, no creo que sea fácil encontrar nada como la Shibusashirazu Orchestra, y en lo puramente jazzístico, Lee Konitz, a sus 85 años, sigue fiel a sus principios, tristanianos, de poner la improvisación, aunque sea sobre viejos esquemas, por encima de todo.
Tampoco hay mucho que decir en cuanto a los aspectos organizativos, que han mejorado notablemente en los últimos años. Los escenarios al aire libre están sujetos al eterno debate entre la posibilidad real de que llueva y la singularidad de los escenarios, sobre todo en el caso del claustro de San Telmo. A pesar del generoso reparto de chubasqueros, lo cierto es que la lluvia despista y molesta si lo que uno quiere es escuchar música.
Finalmente, sólo me queda dar las gracias a Miguel, Jesús y el resto de miembros de la organización del Jazzaldia por las facilidades dadas a este cronista, y especialmente a Asier, la cara del festival en el mostrador de la canallesca, un tipo despierto y eficaz además de simpático. "Podría ser mejor", dicen en corrillos o teclean en foros de internet de este y otros festivales de verano, pero frankly, my dear, podría ser mucho peor.
De esta edición del Jazzaldia poco hay que reprochar. Musicalmente, este cronista no está de acuerdo con el entusiasmo por algunos conciertos, pero también es cierto que la simpatía de los intérpretes y el fervor del público no son baremos que me sirvan de mucho. El concierto del trío Aurora de Agustí Fernández, Barry Guy y Ramón López en San Telmo puede haber sido el más completo de los presenciados, por unos niveles de ternura en música que pueden llegar a doler. El Maratón Masada fue un espectáculo en todos los sentidos, aunque quizás demasiado denso. En lo festivo, no creo que sea fácil encontrar nada como la Shibusashirazu Orchestra, y en lo puramente jazzístico, Lee Konitz, a sus 85 años, sigue fiel a sus principios, tristanianos, de poner la improvisación, aunque sea sobre viejos esquemas, por encima de todo.
Tampoco hay mucho que decir en cuanto a los aspectos organizativos, que han mejorado notablemente en los últimos años. Los escenarios al aire libre están sujetos al eterno debate entre la posibilidad real de que llueva y la singularidad de los escenarios, sobre todo en el caso del claustro de San Telmo. A pesar del generoso reparto de chubasqueros, lo cierto es que la lluvia despista y molesta si lo que uno quiere es escuchar música.
Finalmente, sólo me queda dar las gracias a Miguel, Jesús y el resto de miembros de la organización del Jazzaldia por las facilidades dadas a este cronista, y especialmente a Asier, la cara del festival en el mostrador de la canallesca, un tipo despierto y eficaz además de simpático. "Podría ser mejor", dicen en corrillos o teclean en foros de internet de este y otros festivales de verano, pero frankly, my dear, podría ser mucho peor.
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