© Fernando Ortiz de Urbina |
La sucesión de conciertos gratuitos en los aledaños del Kursaal hacen de la primera jornada del Jazzaldia un evento aparte. Lo que para algunos es alegre y participativo, para otros es la turba.
Dejando a un lado cuestiones estilísticas, que ya somos mayorcitos, hay que plantearse qué queremos de la música. En el mejor de los casos, debería poder hacernos bailar y saltar, callar y chillar, reír y llorar... mientras nos arranca el corazón como a Indiana Jones y lo vuelve a dejar en su sitio, con ternura, las veces que haga falta.
El jazz, la música, el arte en general, en el mejor de los casos, parece nacer de este diálogo:
—¿Y si hacemos...?
—¡¿Y por qué no?!
© Fernando Ortiz de Urbina |
Qué pasa si reunimos dos baterías, un vibráfono, percusiones varias, bajo eléctrico, dos guitarras eléctricas con sus correspondientes efectos, sección de vientos (trompeta, trombón, saxos alto, tenor y barítono), un theremin, voces... y, en realidad, lo que se le ocurra al director. También pueden añadirse unos bailarines. Y un pintor que trabaje durante la actuación. Y video de fondo. ¿Y qué tal un globo gigante con forma de medusa? Ya puestos, que flote sobre el escenario y se pasee por encima del público.
Qué pasa si, con ese conjunto, en el repertorio metemos mucho vamp. Como el tema de "Misión Imposible". Música para bailar. Y ritmos binarios, como los de la "Danza del Sable". Y ternarios. Y en cuatro, que es lo clásico. Y en cinco como nunca hubiera imaginado Dave Brubeck. Y un poco de ese jazz que va desde Mingus a Mostly Other People Do The Killing. Y guitarras rockeras. Y acordes bonitos. Y estruendosos unísonos. Y polkas. Y ska...
Todo eso, que responde al nombre de SHIBUSASHIRAZU ORCHESTRA, se perdieron las cenicientas del día 24. Eso, y ver a toda la playa de la Zurriola, repleta, eufórica, saltando y dando palmas a las dos de la mañana de un jueves.
Shibusashirazu Orchestra © Fernando Ortiz de Urbina |
Antes, esa misma tarde...
ROBERT GLASPER: en cuarteto. El vocoder da bastante menos juego de lo que algunos parecen creer. El funk es como un buen postre: lo remedia todo. Sobre un buen bajista (Derrick Hodge) y un buen baterista (Mark Colenburg), se puede tocar prácticamente cualquier cosa. Uno de los mejores momentos se produjo con Casey Benjamin al saxo y sin Glasper. Para pensar.
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