El plato fuerte de este Jazzaldia fue el Maratón Masada, una batería de actuaciones de grupos orquestada por JOHN ZORN. Si bien es cierto el reiterado mensaje de que esta sería la única presentación de este evento en Europa —habrá otra en Nueva York en septiembre—, también lo es que está enmarcada en toda una batería de actuaciones colectivas con motivo de su 60º cumpleaños, como la habida en Londres o la que está a punto de celebrarse en Lisboa.
John Zorn probando sonido (© Lolo Vasco/Heineken Jazzaldia) |
Zorn es un organizador nato. Quienes lo han visto trabajar sin público lo describen como un jefe directo, claro, exigente y concentrado en el trabajo. Lo suyo es manu militari: sin porfavores, perdones ni gracias, si a la hora de dar mover a sus cuarenta y tantos músicos la forma más eficiente es el discurso telegráfico a gritos, como “¡Hotel! ¡Bus! ¡AHORA!”, a gritos se hace. A nadie parece importarle que entre los increpados estén figuras del calibre de Uri Caine, Marc Ribot o Dave Douglas.
Doce formaciones, en turnos de veinte minutos, con paradas técnicas de tres minutos como máximo... En realidad, la ley marcial de Zorn es indispensable para sacar semejante monstruo adelante. Presentar una muestra de su trabajo, pero en vivo y con músicos de carne y hueso es toda una exhibición de logística. Si además la música en sí reviste tanta intensidad y concentración por parte de todos los intérpretes, el nivel de riesgo asumido no es poco.
Bar Kokhba (Greg Cohen, Mark Feldman, Erik Friedlander, Joey Baron, Marc Ribot, John Zorn), ensayando (© Lolo Vasco/Heineken Jazzaldia) |
No es poco porque aun en el caso de que la coreografía de hombres y máquinas saliera bien, no estaba nada claro que musicalmente estas maniobras fueran a tener éxito. Entre la selección de repertorio —la fórmula de alternar lo hebraico con otros aires se repitió en varias ocasiones—, el hecho de que ninguna de las formaciones tendría tiempo de entrar en calor y los imprevistos técnicos habituales, los problemas a priori no eran pocos.
Aun así, el espectáculo funcionó, al menos desde el punto de vista del escenario. Entre la mano de hierro de Zorn y la calidad de los músicos presentes sobre el escenario, hubo muy pocos momentos olvidables: el cuarteto Mycale pareció fuera de lugar entre tanta pasión, mientras que al clarinetista David Krakauer se le fue la mano con un set basto más propio de la sobremesa de una boda. Como también ocurrió con los Secret Chiefs 3, quizás esos momentos menos agraciados habrían funcionado por sí mismos, pero las comparaciones, en este caso, eran inevitables.
Uri Caine y Marc Ribot en los ensayos (© Lolo Vasco/Heineken Jazzaldia) |
Desde el punto de vista del público, la única pena es que no diese tiempo a saborear tantas músicas distintas. Los polos dominantes de lo hebraico y lo zorniano estuvieron equilibrados por sonoridades más tranquilas y “clásicas” (los grupos de cuerda y arco más los pianistas) en las que destacaron el dúo Courvoisier/Feldman y Uri Caine a piano solo, aunque su sonido estuviese más cerca del que asociamos a las películas del Oeste. La componente hebraica, mediterránea más bien, empapó todo el espectáculo, y es improbable que echemos de menos nada que suene remotamente al modo frigio y cierto tipo de ritmos en los próximos meses.
A pesar del tiovivo de gente que circuló por el escenario, el Maratón es un proyecto personal de Zorn, quien dirigió más que tocó, y la pauta de la noche vino marcada, de forma más o menos visible según el momento, por sus señas de identidad, esa mezcla de todo lo antedicho con los paisajes sonoros de Nueva York (sea funk, rock o blues), la improvisación ornettiana, la música para cine y dibujos animados (la de Carl Stalling para los clásicos de la Warner), los contrastes abruptos y la obscenidad sonora —bien por el uso de lo amusical y lo gutural (los efectos de Ikue Mori), bien por el volumen atronador (como en el final del pase de Electric Masada)—,… el “todo vale” que permite que Mark Feldman nos recuerde a Chuck Berry/T-Bone Walker con el violín, o Cyro Baptista parezca estar a punto de arrancarse con el “Give it Away” de los Red Hot Chili Peppers.
Marc Ribot y John Zorn en los ensayos (© Lolo Vasco/Heineken Jazzaldia) |
En cuanto a músicos destacados, Jamie Saft al órgano y Joey Baron a la batería, sobre todo el segundo por su participación en contextos muy dispares, estuvieron excepcionales. Aun así, el rey de la noche, el público lo sabe y Zorn, que siempre lo presentó en último lugar, también lo sabe, fue Marc Ribot. El guitarrista está en un momento increíble, con un tono y una versión personal del vocabulario del blues —apenas tocó otra cosa— que debería pasar a los anales.
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Esta cuarta jornada del festival fue la entrega del Premio Donostiako Jazzaldia al CIFU, Juan Claudio Cifuentes según su pasaporte. En el acto de entrega estuvieron representados todos los medios, especializados y generalistas, desde Cuadernos de Jazz hasta El Mundo y El País. Como dijo el propio homenajeado, la placa conmemorativa encierra muchos recuerdos, música que ha llegado a lo más hondo, como aquel concierto de Art Pepper en la Trini (con George Cables, en 1981), y amigos que ya no están, como el sabio Ebbe Traberg o el recalcitrante Xabier Rekalde.
El director del Jazzaldia, Cifu y el alcalde de San Sebastián (© Fernando Ortiz de Urbina) |
Decía el Cifu en el turno de preguntas que si él no hubiera conducido sus programas de TV y radio, otro habría ocupado ese lugar. Quizás, pero lo cierto es que le tocó a él y que por sus manos hemos pasado, antes o después, en mayor o menor medida, todos los que hablamos de jazz en España.
Aunque la longevidad, sujeta a casualidades y accidentes, no es un mérito en sí mismo, en esto del jazz constituye una prueba irrefutable de amor al arte en todos los sentidos. Con el paso de los años cualquier privilegio acaba percibiéndose como un derecho innegociable, natural. Que sirva el premio para recordarnos precisamente eso, que el Cifu es un privilegio.
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