25/03/2014

Retrato del joven artista Cecil Taylor

Dedicarse a la(s) música(s) que llamamos jazz no es un cometido fácil, ni desde un punto de vista artístico, ni como forma de ganarse la vida. Los motivos que pueden llevar a optar por ese camino escapan a la lógica. El arte es un asunto arriesgado y no bastan la longevidad y la obstinación más férrea para garantizar el reconocimiento popular o la subsistencia económica. Incluso con esos factores a favor, la suerte y la coincidencia pueden crear o destruir carreras. Aun así, hay personas que trabajan sin cesar para trasladar al mundo real lo que agita sus espíritus, y si hay alguien que, en el campo de la música, ha elevado su arte a unos niveles abrumadores de virtuosismo técnico, con el trabajo que ello conlleva, nadando contra la indiferencia o la desaprobación, a veces violenta, ese es Cecil Taylor, que hoy cumple 85 años.

© Naiel Ibarrola, 2014

Años antes de que Ornette grabase un disco, antes de John Coltrane se adentrara decidido en lo desconocido, Taylor estaba abriéndose paso a martillazos en la escena neoyorquina. Nunca llegó a lograrlo del todo, aunque fuera el primer músico de jazz que actuó en el Five Spot Café y el que, de alguna forma, metió a ese establecimiento en la historia de esta música. Taylor no sólo estaba al tanto del jazz y sus tradiciones, sino que reclamaba la influencia de Duke Ellington en su enfoque de la forma y la composición. Como pianista virtuoso, sorprendían su claridad de ideas con respecto al valor de la técnica y el papel que ésta desempeña al referirse en términos elogiosos a colegas como Thelonious Monk y Horace Silver, dos ejemplos claros de técnicas instrumentales que son consecuencia de la música que ejecutan, y no al revés. En todo caso, su entrada en escena no debió de ser muy distinta a la de Henry Cowell en el mundo “clásico”, treinta o cuarenta años antes.



Taylor, aun cuando contó con algunos aplausos, como el de Erroll Garner nada menos, tuvo que enfrentarse a pianos defectuosos, promotores incompetentes, bolos inconstantes, la indiferencia general e incluso la firme oposición de parte de la comunidad afroamericana, su propia gente, por así decirlo. Esto podría haber desanimado a cualquier otro, pero no a Taylor. Quizás fuera un descastado, pero esto no le detuvo, al menos no por mucho tiempo.

Uno de los motivos por el que creo que Taylor provocó tanta hostilidad es que puede llegar a intimidar. Su música no es común, y además la ejecuta con una energía y decisión devastadoras, unos niveles de virtuosismo absurdos, en los que además se refleja su amplio interés por otras artes, especialmente la danza (fue fan de Carmen Amaya), la pintura y la poesía. Además, a pesar de que su música puede alcanzar intensidades insoportables durante periodos larguísimos, no hay paroxismo aparente. Parece que nunca pierde el control, y su piano puntillista siempre suena tocado deliberadamente y a conciencia.

He visto a Cecil Taylor en directo en tres ocasiones: con Max Roach en 1999, compartiendo cartel con Bill Dixon, y con Anthony Braxton en su estreno juntos. Fueron conciertos exigentes, de música densa, con los niveles de intensidad incesante típicos de Taylor (aunque su entrada en el último, a dúo con Tony Oxley, fue tan inesperadamente dulce que hasta arrancó algún suspiro). Sobre estos niveles de energía, en una lección magistral de cómo escribir sobre una música un tanto ajena, Dan Morgenstern escribió que cabe la posibilidad de que al oyente “no le quede más que maravillarse ante la energía desplegada, sin que le llegue a emocionar”. Aun siendo cierto, creo que merece la pena probar.

Quienes estén interesados en echarle un tiento a la música de este soberbio pianista desde los aledaños del jazz más convencional, quizás debieran escuchar los discos que hizo antes de cumplir los treinta, cuando era un músico en apuros, en una época en la que pasaba más tiempo con trabajos alimenticios —en los almacenes Macy’s, por ejemplo— que tocando el piano en público. De esos discos, mi favorito es Looking Ahead! (YouTube/liner notes), presente en esta recopilación, en la que los standards incluidos y las rítmicas regulares pueden servir de apoyo para zambullirse y empezar a nadar en las corrientes musicales de Taylor.



El libro Four Jazz Lives de AB Spellman (University of Michigan Press, 2004), reedición de Four Lives in the Bebop Business, contiene el relato definitivo sobre los primeros años de Cecil Taylor. La reseña ejemplar que mencionaba (de un concierto de Taylor en el Town Hall de Nueva York) a cargo de Dan Morgenstern está incluida en su Living with Jazz (Pantheon, 2004).

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