In my previous post, about James Moody, I commented on the generations of jazz musicians who went from suffering indifference for their music and abuse for their skin pigmentation, to general acclaim all over the world. These are musicians whose lives should be taught at school, even beyond musical considerations.
It's all too easy to take those men and women for granted. For one thing, there's a deep-rooted tendency to tell the history of jazz as a mythical epic. Well-intentioned as this may be, it can hinder rather than help our appreciation of some very extraordinary humans. Explaining Louis Armstrong as a supernatural being will never result in a fair assessment of his achievements. Show him as a man, bones and flesh, warts and all, and then you'll see how extraordinary he was.
On top of that, these men and women, some well-known, some completely anonymous, tend to be lacking of any self-importance, which can give us the false impression that they are indeed not important. And don't expect any help from them, either—they probably wouldn't recognise themselves as the extraordinary people they are.
One of these extraordinary people is Clark Terry, who turns 90 today. You'll read everywhere that he's a master trumpet and flugelhorn player, a pioneer in the latter instrument in jazz. His tone is pure and soft, his technique immaculate, his wit, fast and rich, and all of it soaked in the blues. He's worked both with Count Basie and Duke Ellington, as well as many others. He was a mentor to Miles Davis. He was one of the first African-American musicians to work the recording and TV studios in New York, including Skitch Henderson's orchestra for Johnny Carson. He also had a terrific quintet with his very dear friend Bob Brookmeyer, with which they did three studio albums for Bob Shad's Mainstream label (in the early Seventies, Verve released some live tracks from one of their earliest gigs, in 1961).
(Pica aquí para ir al texto en castellano.)
My colleague Chema García and I interviewed Mr. Terry in 1999 in San Sebastián for defunct magazine Cuadernos de Jazz. It was an easy and very funny interview. We went through his whole life on the road, and it was clear that he loves big bands. Given that he was born on the same year as Charlie Parker (and Dave Brubeck, and John Lewis) I asked him why he didn't go to New York to see what the early boppers were doing: he wanted to play with big bands. He also talked with some detail about the disastrous Mingus concert at the Town Hall (you can hear him launching "In A Mellow Tone") and he described his Big B-A-D Band as a "financial impossibility". I was lucky enough to spend some more time alone with him, which we used to round up the interview. I was a budding journo at the time, and I did ask the dreaded question, "where is jazz going?" or something to that effect. He replied that as long as there were people trying to master their instruments and using that proficiency to express themselves, we'd be fine.
Mrs. Ernie Wilkins, Clark Terry, Marcus McLaurine, San Sebastián, July 1999 |
One thing Mr. Terry has always been adamant about is the entertaining side of his job. This is anathema for some people in jazz, but Mr. Terry has always been very clear about the need to see the audiences enjoy themselves, not least because of the feedback effect on the performer.
Mr. Terry's quintet played several gigs at that Jazzaldia in 1999, with Dave Glasser on alto sax, Don Friedman on piano, Marcus McLaurine on bass, and Sylvia Cuenca on drums. On one free, open-air gig (in the picture above), which started at midnight, it was raining so hard that, after the first tune, Mr. Terry asked the meagre audience to come up on the stage. He even jammed—it may have been "C-Jam Blues"—with a very young David Pastor (of the Sedavi Jazz Band), who had a cornet with him. We had a hell of a time, despite the crowded stage (see the picture down below). If memory serves, the band moved to a corner, except Cuenca, who played the rest of the gig with her back to the rest of the band.
So, here we have a musician who's loved by everyone, who's a master on his instruments, who has an incredible sense of humour and loves seeing people having a good time and laughing. And then you read something like this, from a dear friend of his:
Clark is one of the most amazing human beings I've ever met in my life. He went through—I know a little bit of this—he went through some very bad times in the South with George Hudson's band, nearly lynched, I think, shot at, told to dance by the sheriff shooting bullets at his feet because the white gas station was the only one open...
He came out of all of this constant prejudice even when he moved to, when he started with Johnny Carson, when he moved to Bayside he was picked at, people throwing shit on his lawn... He came out of this still judging people one by one.
I don't know how he did it.
That is Bob Brookmeyer talking about Terry (you can see the video here, the quote starts at 14:41).
Here's to a hero and to many more birthdays.
PS: And as a last piece of good news, according to his blog, Clark Terry's autobiography is coming out next Spring.
En la entrada anterior, sobre James Moody, hablaba de las generaciones de músicos de jazz que han pasado de la indiferencia hacia su música y el maltrato por el color de su piel, al aplauso universal. Estos son músicos cuyas vidas deberían enseñarse en las escuelas, más allá de consideraciones musicales.
Es facilísimo que esos hombres y mujeres nos pasen desapercibidos. Para empezar, existe la tendencia muy arraigada de contar la historia del jazz como un relato mítico. A pesar de las buenas intenciones que motiven ese enfoque, es probable que no ayude a apreciar justamente a estas personas. Explicar a Louis Armstrong como un ser sobrenatural nunca va a servir para tener una medida justa de sus logros. Sólo si se le muestra como el hombre que era, de carne y hueso, con sus defectos, se podrá valorar hasta qué punto era extraordinario.
Además, estos hombres y mujeres, algunos muy conocidos, otros totalmente anónimos, tienden a no darse ninguna importancia, lo que puede llevarnos a pensar que en realidad no la tienen. Y no cabe esperar ninguna ayuda por su parte. Ellos serían los últimos en reconocerse como extraordinarios.
Una de esas personas extraordinarias es Clark Terry, que hoy celebra su 90º cumpleaños. En otros sitios se podrá leer que es un maestro de la trompeta y el fiscorno, pionero de este instrumento en el jazz. Su sonido es puro y afieltrado; su ingenio, rápido y ocurrente; su técnica, inmaculada; y todo ello empapado de blues. Trabajó con Count Basie y con Duke Ellington —con éste durante una década—, y con otros muchos. Fue uno de los mentores de Miles Davis. Fue uno de los primeros afroamericanos en trabajar como músico de sesión en Nueva York, y también en televisión, con la orquesta de Skitch Henderson's en el show de Johnny Carson. También lideró un brillante quinteto con su amigo Bob Brookmeyer, con el que hizo tres discos de estudio para el sello Mainstream de Bob Shad (a principios de los setenta, Verve Verve publicó algunos temas en directo de uno de los primeros conciertos de ese grupo, de 1961).
Chema García y yo entrevistamos a Terry en 1999 en San Sebastián para Cuadernos de Jazz. Fue una charla fácil y divertidísima. Repasamos toda su carrera, y nos quedó claro que es un enamorado de las big bands. Al haber nacido el mismo año que Charlie Parker (y Dave Brubeck y John Lewis) le pregunté por qué no fue a Nueva York a ver de primera mano qué estaban haciendo Bird y Dizzy Gillespie. Contestó que en aquella época prefería tocar con orquestas. También habló con detalle del desastroso concierto de Mingus en el Town Hall, (se le puede oír empezando "In A Mellow Tone"), y describió su propia Big B-A-D Band como un "imposible financiero". Tuve la suerte de pasar un rato mano a mano con él al día siguiente, y aproveché para rematar la entrevista. Con mucha menos carretera, le hice la pregunta maldita sobre el futuro del jazz. Me dijo que mientras hubiera gente dispuesta a trabajar para dominar un instrumento y expresarse con él, no habría problema.
Una de las cosas en las que siempre ha insistido Terry es en la parte de espectáculo que tiene su trabajo. Hay un buen sector del mundo del jazz que reniega completamente de ese aspecto de la música en directo, pero Terry siempre ha sido explícito sobre la necesidad de ver al público disfrutar, entre otras cosas por el efecto que eso tiene sobre el propio músico.
En aquel Jazzaldia de 1999 el quinteto de Terry dio varias actuaciones, con Dave Glasser al saxo alto, Don Friedman al piano, Marcus McLaurine al contrabajo y Sylvia Cuenca a la batería. En uno de los bolos, gratuito y al aire libre, que empezaba a medianoche, llovía tanto que tras terminar el primer tema Terry invitó al escaso público a que se subiera el escenario para resguardarse de la lluvia (véase la foto). Al final incluso hubo un poco de jam —creo que sonó "C-Jam Blues"— con un jovencísimo David Pastor (de la Sedavi Jazz Band), que llevaba encima su corneta. Fue una experiencia increíble, a pesar de lo apretado del escenario (si no me falla la memoria, al subir el público los músicos se movieron a una esquina, salvo la batería de Cuenca, que tocó el resto del concierto de espaldas a la banda).
De izda. a dcha., entre otros, Jordi Suñol, Carlos Sampayo, Terry, Dave Glasser (de espaldas), Marcus McLaurine, rodeados del público San Sebastián, julio de 1999 |
En definitiva, Terry es un músico querido por todos, un maestro de sus instrumentos, con un sentido del humor y una generosidad increíbles, que disfruta viendo al público disfrutar. Y entonces uno lee algo como esto:
Clark es uno de los seres humanos más increíbles que he conocido en toda mi vida. Lo pasó verdaderamente mal en el Sur —conozco algunos detalles de esta historia— cuando estaba en la banda de George Hudson, estuvieron a punto de lincharle, le dispararon, un sheriff le hizo bailar mientras le disparaba a los pies, porque la gasolinera para blancos era la única que estaba abierta...
Sobrevivió a todo ese prejuicio incesante, incluso cuando se mudó a Bayside siguieron molestándole, la gente le echaba mierda a su cesped... Sobrevivió todo eso y aun así siguió juzgando a las personas una por una.
No sé cómo lo ha hecho.
Ese era Bob Brookmeyer hablando de Terry (aquí puede verse el vídeo, en inglés, la cita empieza en 14:41).
Por un verdadero héroe, y muchos cumpleaños más.
PD: La buena noticia es que, según su blog, en primavera veremos publicada la autobiografía de Terry.
Clark Terry y Bob Brookmeyer hacia 1965 |
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