“El aspecto más peculiar de cualquier conversación en la que salga Chet Baker, es el invariable énfasis en su drogadicción y su muerte. Como si consumir drogas y caerse por una ventana fueran las dos cosas más importantes que hizo en su vida. Pero meterse heroína no convierte a nadie en una leyenda. Y cuánta importancia tiene su caída mortal en realidad, aparte de haber terminado con su vida demasiado pronto. Chet se cayó sólo una vez, mientras que su carrera profesional duró más de 40 años.”
¿Quién no sabe, en diversos grados de proximidad, de alcohólicos, drogadictos o maltratadores? En paralelo, ¿quién no tiene en su vida a algún imbécil, estúpido o necio? ¿Los considera personajes reseñables o transcendentes por esos motivos?
Con el jazz y otras artes se da la siguiente paradoja: si la obra de un artista logra transcender su época y su contexto, pero su biografía presenta algún aspecto escabroso, algunos humanos eligen centrarse en esto último. Así, el mérito artístico nos sirve para realzar la podredumbre personal hasta el punto de desentendernos del arte. ¿Quién pierde? Nosotros. Por bobos.
Esto viene a cuento de la pequeña oleada en la prensa española de notas sobre Chet Baker —víctima habitual de esa paradoja— por una nueva reedición (y van...) de varios de sus discos anteriores a 1962 —libres de derechos de reproducción mecánica en la UE— y la publicación casi simultánea de la traducción al castellano de
la biografía de James Gavin, uno de los libros disponibles en inglés sobre Baker. Gavin escribe bien, pero no está de más señalar las críticas que se ha llevado por amarillista. Aparte de su tomo, están las memorias de
Artt Frank (testimonio de primera mano, merece la pena), el tocho de
Matthew Ruddick (840 pp., no lo he ojeado) y mi preferido, el libro del contrabajista holandés
Jeroen De Valk. ¿Por qué preferido? Porque se centra en la música (también ha investigado a fondo, ayuda ser local y hablar el idioma, la muerte de Baker en Ámsterdam).
De lo que se ha publicado en la prensa generalista española hay mucho incorrecto, y más discutible. Qué se le va a hacer. Como decía al principio, con el jazz, como con otras artes, nos toca decidir —sin necesidad de ser excluyentes— qué nos importa más, lo sublime o lo sórdido.
Volviendo a Chet Baker, otro malentendido habitual es el presunto paralelismo entre su aspecto físico y la calidad de su música. Cierto, lo del
cuarteto con Gerry Mulligan en nueve meses entre 1952 y 1953 es fundamental, pero no puede hablarse de su obra sin al menos catar sus discos de los setenta y posteriores.
Para muestra, un botón: Baker falleció en 1988. Lo del vídeo es un directo del año anterior. Según De Valk, lo mejor que hay de Baker grabado. Ustedes mismos.
Chet Baker - trompeta
Harold Danko - piano
Hein Van de Geyn - contrabajo
John Engels - batería
Tokio (Japón), 14 de junio de 1987