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16/03/2015

Carmelo Bustos cumple 90

En el jazz chileno predominan dos instrumentos. Uno, como cabe esperar, es la guitarra, no sólo por su dominio en la música rock del siglo pasado, sino por su papel central en la música tradicional y de protesta del país (piénsese en Violeta Parra y Víctor Jara).

El otro es el saxo. De acuerdo que eso es típico del jazz, pero en Chile va más allá de la norma. Aparte de estrellas fugaces como el trágico Alfredo Espinoza (Valparaíso, 1942), las nuevas generaciones agotan los superlativos. Melissa Aldana ha acaparado titulares en los últimos tiempos, totalmente merecidos —y no sólo por ganar competiciones en EE UU—, pero el saxo chileno da para mucho más. Una de mis primeras impresiones del país fue ver y escuchar a Franz Mesko (Santiago, 1989), con apenas veinte años, tocar el tenor en una jam en el viejo Club de Jazz de Santiago. Aparte, o más bien antes, que la pura técnica, una característica destacada de estos músicos es su atención al lenguaje. Un caso extremo es este vídeo reciente de Agustín Moya (Santiago, 1981).



A mí no tienen por qué hacerme caso, pero nada menos que Loren Schoenberg, saxofonista y hiperexperto en Lester Young ha dado su plácet —le ha hecho la ola, vamos— a la interpretación de Moya, porque la clava. Y no se equivoquen, el respeto al lenguaje no quita para que Moya tenga tres discos a su nombre cargaditos de música original.

Más nombres a tener en cuenta con el invento de Adolphe Sax: Claudio Rubio (Santiago, 1976) seguidor consecuente de la escuela tristaniana, como demuestra aquí (y, además, un cómico brillante). Y, por abreviar, Andrés Pérez y Cristian Gallardo (ambos de Santiago, 1983), bien juntos como los vientos de Contracuarteto, o en sus proyectos por separado, de los cuales el que suscribe tiene debilidad por el primero, Sin Permiso.


Sirva esta larguísima introducción como redoble de presentación y aplauso a un hombre sin el cual no se explica esta riquísima tradición del saxo en Chile: Carmelo Bustos, que hoy cumple 90.

Carmelo Bustos (izquierda) y Marcos Aldana

25/06/2012

Cómo enganchar a los críos al jazz: un caso con éxito

Gerhard Mornhinweg
En la entrada anterior presentaba a la Conchalí Big Band, un proyecto que lleva 18 años funcionando con éxito, a la vez obra social, terapia de grupo y, sobre todo, escuela de música, en un entorno desfavorecido en el que este tipo de proyecto habría sido un lujo improbable e inalcanzable; en 2002 llegaron a hacer una minigira por Europa.

El hecho de que todo esto se haya hecho realidad, y con éxito, se debe a dos factores: uno, el entusiasmo de los chavales cuando se les da la oportunidad de tocar música, y el impulso e inteligencia del líder y fundador de la orquesta, Gerhard Mornhinweg (en la foto).

En el vídeo de hoy, Mornhinweg, originalmente intérprete de trompa clásica, explica los fortuitos orígenes de la orquesta, y cómo, siendo sólo algo mayor que sus alumnos (tenía 22 años cuando nació la Conchalí) no tardó en descubrir que
yo no debo enseñar, sino que el otro debe aprender
y que
si no hay interés, no podemos enseñar nada.
La historia de esta orquesta como elemento de formación de jóvenes músicos, en su desarrollo individual, y como medio para mostrarles y hacerles creer en sus posibilidades más allá del ámbito de su barrio o del entorno social y económico en que le haya tocado nacer, es un ejemplo más de los múltiples motivos por los que debería promoverse la enseñanza de la música.

Y si no es así, vengan esos argumentos en contra.


21/06/2012

De la educación musical: Conchalí Big Band (I)

El eterno debate sobre cómo sacar al jazz de la unidad de cuidados intensivos —por así decirlo— parece revivir especialmente a finales de primavera. Como cualquier diletante que se precie tengo mis propias ideas al respecto, que espero volcar pronto en el típico artículo definitivo sobre el tema. Hasta que llegue ese momento, les contaré que si se trata de chavales y su formación, no me importa tanto el jazz como la música en general. 

Los lectores habituales habrán notado que hablo a menudo de músicos chilenos. Aparte de felices coincidencias, los motivos son dos: uno, que en general me gusta mucho lo que hacen y, dos, que me intriga el improbable entusiasmo con el que trabajan y se arrojan en pos de una música que debería resultarles muy ajena por la distancia geográfica y temporal que les separa de los clásicos del jazz. Una explicación de ese entusiasmo improbable es la Conchalí Big Band. 

Esta big band es una orquesta juvenil, con sede en la poco favorecida comuna de Conchalí, en Santiago de Chile. Entre los músicos que han pasado por sus filas y por este blog se incluyen Andrés Pérez, Cristian Gallardo, Marcelo Maldonado, Agustín Moya o Cristian Orellana, todos ellos instrumentistas de primer nviel que no serían ellos mismos si no hubieran pasado por esta big band

El vídeo que viene a continuación es un documental de 2005 sobre la vida en la carretera y se centra principalmente en tres músicos de la orquesta: Emilio Melo (tp), Juan Saavedra (tb) y Domingo Alicera (g). Merece la pena verlo, especialmente porque muestra hasta qué punto puede beneficiar la música a unos críos, y por la sorprendente madurez y sensibilidad de unos renacuajos. Por citar unos ejemplos,

Saavedra (sobre la música):
Uno expulsa lo que está dentro de uno. Uno echa fuera todas las presiones. Uno saca lo que tiene en el interior, de tal manera que queda más libre.
Alicera (sobre la música)
Siempre soy yo, yo encuentro. Serán frases hechas, pero, igual, yo siento dónde ponerlas. Yo me imagino dónde hay que ponerlas, yo lo siento, entonces... siempre hay una conexión con lo de uno [...]

De repente hay tanta lógica que uno pierde la sensibilidad, y lo más importante es la sensibilidad, sentir lo que uno está tocando.
Melo (sobre la escolarización):
A veces hay que pagar y no hay recursos para entrar en un colegio pagado ni nada de eso. Hay que ir a un colegio mula. No hay esperanza para los pobres.

En los próximos días publicaré algo más sobre su director y maestro, Gerhard Mornhinweg.

Que lo disfruten.