En el jazz chileno predominan dos instrumentos. Uno, como cabe esperar, es la guitarra, no sólo por su dominio en la música rock del siglo pasado, sino por su papel central en la música tradicional y de protesta del país (piénsese en Violeta Parra y Víctor Jara).
El otro es el saxo. De acuerdo que eso es típico del jazz, pero en Chile va más allá de la norma. Aparte de estrellas fugaces como el trágico Alfredo Espinoza (Valparaíso, 1942), las nuevas generaciones agotan los superlativos. Melissa Aldana ha acaparado titulares en los últimos tiempos, totalmente merecidos —y no sólo por ganar competiciones en EE UU—, pero el saxo chileno da para mucho más. Una de mis primeras impresiones del país fue ver y escuchar a Franz Mesko (Santiago, 1989), con apenas veinte años, tocar el tenor en una jam en el viejo Club de Jazz de Santiago. Aparte, o más bien antes, que la pura técnica, una característica destacada de estos músicos es su atención al lenguaje. Un caso extremo es este vídeo reciente de Agustín Moya (Santiago, 1981).
A mí no tienen por qué hacerme caso, pero nada menos que Loren Schoenberg, saxofonista y hiperexperto en Lester Young ha dado su plácet —le ha hecho la ola, vamos— a la interpretación de Moya, porque la clava. Y no se equivoquen, el respeto al lenguaje no quita para que Moya tenga tres discos a su nombre cargaditos de música original.
Más nombres a tener en cuenta con el invento de Adolphe Sax: Claudio Rubio (Santiago, 1976) seguidor consecuente de la escuela tristaniana, como demuestra aquí (y, además, un cómico brillante). Y, por abreviar, Andrés Pérez y Cristian Gallardo (ambos de Santiago, 1983), bien juntos como los vientos de Contracuarteto, o en sus proyectos por separado, de los cuales el que suscribe tiene debilidad por el primero, Sin Permiso.
Sirva esta larguísima introducción como redoble de presentación y aplauso a un hombre sin el cual no se explica esta riquísima tradición del saxo en Chile: Carmelo Bustos, que hoy cumple 90.
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Carmelo Bustos (izquierda) y Marcos Aldana |