As you probably know by now, today, March 2nd, is the 50th anniversary of the first of two recording sessions that gave us Miles Davis's Kind of Blue. Much has been written about it, quite a lot of it PR drivel (there is such a thing as too much marketing), so I won't get into that. Let me only say it's an excellent album by any standard, and you should have it if you don't (I'd recommend any unexpensive single-CD reissue, like CK 64935 from 1997, which I'm using here).
My favourite track in Kind of Blue is "Blue in Green". I find it beautiful in general, but there is a bit by Bill Evans that particularly moves me, giving me a similar feeling to what you get when you reach a high point on a rollercoaster at speed, when inertia makes you - and your gut - keep moving upwards, that no-ground-under-your-feet feeling, with a touch of bittersweet and melancholic emptiness.
The bit I'm talking about happens between 2:03 and 2:09. This is the first of three solos by Evans in this tune, after the atmosphere has already been nicely set up by Miles's opening statement on muted trumpet (with his trademark stemless Harmon). After four bars of undecided ups and downs, Evans makes an upward move (2:03 to 2:09) and it is in its last note where he hits me (the last note in the treble clef, the staff on top). This is what I always find very moving.
But why? Have you ever wondered what makes music moving? How can a series or mixtures of sounds, of moving air, provoke emotions in you? Well, I have.
My colleague Arturo Mora kindly provided a transcription of this bit (see above), which seems accurate after I executed it on the piano (in the firing-squad sense, I mean). I’ve also listened hard to the music (no sweat there), have studied the transcription (not so difficult to follow with the music on), and I think this is so moving due to three reasons: the main one, is that I had the impression that Evans hits a G at the end of his move upwards (the note I've marked in blue on the top staff). That could have been a logical conclusion for that upward move, the highest note in this series, but, as I said, I listened hard, looked at the transcription, and, surprise, surprise, it's just not there. Evans does not play that G note, the one drawn in blue, but somehow he creates the impression that he plays it. So, there's a bit of deception going on, which may account for the no-ground-under-your-feet feeling: the last step of the ladder doesn't exist.
Secondly (and therefore) that upward move doesn’t end in its highest note, so there's a bit of an anticlimax too - instead of that imagined G, the actual note he plays is a C (the note in black right under the one in blue, which is lower than the previous three notes); this has a double quality here: on the one hand, according to the laws of harmony, C and G are closely related, so the actual note he plays is related to the imagined one; on the other hand, that C he plays, clashes with the underlying harmony, an A7#5 chord, of which you only need to know it comprises these notes: A, C#, F and G.
So, the expected climax (G) is implied by the underlying harmony and the actual note Evans plays (C), but at the same time, this note (C) clashes with the underlying harmony. Moreover, Evans chooses to outline the harmony with only two notes (bottom staff), one of them being C# (he plays C#-F-C), and play the melody with the "clashing" note, making said clash explicit.
In conclusion, he is making the climax of that upward move anti-climatic and dissonant, but at the same time he manages to convey the impression of a climatic, consonant end. No wonder the result is bittersweet.
So, that, I think, explains how Evans manages to move me in six seconds. It's taken you more than that to read this, and it has taken certainly more than that to write. But 50 years ago today, it only took six seconds of playing (and a life-long dedication to piano, admittedly) to a 29 years old Bill Evans.
That's the greatness of music and the people who play it.
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En esta entrada hago un poco de análisis musical. Espero que un pequeño pentagrama no desaliente a nadie. No hace falta saber leer música (yo leo bastante mal), basta con poder situar las notas en un piano y siempre se puede seguir el contorno de la melodía apoyándose en el disco. En otro orden de cosas, me tomo unos días libres del blog.
Como probablemente sabe el lector a estas alturas, hoy es el 50º aniversario de la primera de las dos sesiones de grabación que dieron lugar al Kind of Blue de Miles Davis. Mucho se ha escrito sobre este disco, buena parte regurgitaciones publicitarias (prueba fehaciente de que se puede llegar a hacer demasiado márketing), así que ahí no me meto. Baste decir que es un disco excelente bajo cualquier punto de vista, y que si aún no lo tiene, debería (yo recomendaría cualquier versión sencilla a buen precio, como el CK 64935 de 1997, que es la que estoy usando).
Mi tema favorito de Kind of Blue es "Blue in Green". Me parece un tema precioso en general, pero hay un fragmento de Bill Evans al piano que siempre me toca la fibra sensible, con esa sensación que se tiene al llegar a lo alto de una montaña rusa a toda velocidad, cuando la inercia tira de uno (y de sus tripas) hacia arriba, esa sensación de quedarse sin suelo bajo los pies, una especie de vacío agridulce y melancólico.
El fragmento en cuestión sucede entre 2:03 y 2:09, en el primero de los tres solos que Evans toca en este tema, después de que Miles nos haya metido en ambiente con su trompeta y sordina Harmon (ésta sin su pieza central, lo que le da el sonido marca de la casa). Tras cuatro compases de subidas y bajadas indecisas, Evans tira hacia arriba (de 2:03 a 2:09) y donde a mí me sacude es en la última nota (la última nota en la clave de sol, en el pentagrama superior). Esto siempre me toca la fibra.
¿Y por qué? ¿Alguna vez se ha preguntado por qué la música emociona? ¿Cómo es que una mezcla de sonidos, de aire en movimiento, puede provocar emociones en uno? Pues yo sí.
Mi colega Arturo Mora me ha pasado una transcripción de ese fragmento; tras haberla "ejecutado" (cual pelotón de fusilamiento) con el piano, parece correcta. He escuchado el fragmento con atención (un placer), he estudiado la partitura (bastante sencillo con la música puesta) y creo que es tan emocionante por tres motivos: el principal es que yo tenía la impresión de que Evans tocaba un Sol al final de este fragmento (la nota que he dibujado en azul en el pentagrama superior). Esa podría haber sido una conclusión lógica de ese fragmento ascendente, la nota más alta de esa sucesión, pero, como decía, he escuchado con atención y, ¡oh, sorpresa!, no hay tal nota. Evans no toca esa nota, la que he pintado de azul, sino que da la impresión de que la toca. O sea que tenemos un pequeño espejismo, que puede ser la causa de esa sensación de no tener suelo bajo los pies de la que hablaba: el último escalón en realidad no está ahí.
En segundo lugar (y en consecuencia), ese movimiento ascendente no termina en la nota más alta, así que se produce un cierto anticlímax. En vez del Sol que me había parecido oír, la que suena en realidad es un Do (la nota en negro que está justo debajo de la nota en azul, que es más baja que las tres anteriores); esto plantea dos cuestiones: por un lado, según las leyes de la armonia, Do y Sol están íntimamente relacionadas, de forma que la nota que toca está relacionada con la que he imaginado; por otra parte, ese Do que toca, choca con la armonía subyacente, un acorde de La7#5 del que sólo necesita saber que contiene estas notas: La, Do#, Fa y Sol.
Así que el clímax esperado (Sol) viene implicado por la armonía subyacente y la nota que Evans toca en realidad (Do), pero al mismo tiempo, esa nota (Do) choca con la armonía subyacente. Además, Evans opta por usar solamente dos notas para esbozar ese acorde (en el pentagrama inferior), y una de ellas es precisamente Do# (toca Do#-Fa-Do), y usar esa nota "chocante", haciendo explícito ese choque tonal.
En conclusión, lo que Evans hace es que el clímax de ese movimiento ascendente sea, en realidad, un anticlímax disonante, pero dando, a la vez, la impresión de un clímax consonante. Así no sorprende que el resultado sea agridulce.
Esto, en mi opinión, explica por qué Evans me toca la fibra en seis segundos. Bastante menos de lo que le ha llevado leer esto, no digamos ya escribirlo. Pero hace hoy medio siglo sólo le llevó seis segundos de interpretación (y toda una vida de dedicación al piano, claro) a Bill Evans, a sus 29 añitos.
Esa es la grandeza de la música y de sus creadores.
4 comments:
Ole, ole y ole! Te ha quedado dabuten, Ferdinando.
Genial artículo, es un privilegio disfrutar de blogs como el tuyo; más que un blog, es una revista especializada.
Un saludo!
Gracias a los dos. Mientras se entienda y tenga algún sentido, me conformo. De momento ya hay un músico que me ha hecho un comentario muy jugoso sobre la armonía de esa última nota. Es posible que dentro de unos días haga una entrada "bis" sobre el tema.
Saludos,
Fernando
Me quito el sombrero...
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